Señor sondéame y conoce mi corazón

La alegría y la paz en el Espíritu Santo.

Soy Hna. Monserrat, tengo 24 años, soy de nacionalidad Mexicana, y quiero compartir con vosotros un poco, sobre lo que Cristo ha hecho en mi vida y lo que el Espíritu Santo puede hacer en la vida de cada persona, transformarla para amar y entregarse.

Lo que soy en la actualidad  ha sido y cada día es por Jesucristo, Él que le da cada día plenitud y sentido a mi vida. Por Él, que me hace sentirme amada y perdonada. Vivir esto es una gracia del Espíritu Santo, es imposible saber hasta dónde penetra el Amor de Dios, sino cuando caes en la oscuridad y en la ceguera más profunda, cuando crees que la fantasía es real, y en ese momento Cristo Jesús llega e ilumina tu vida entera, te trae a la realidad  y a la verdad de su Amor por ti, esto es lo que Jesús ha hecho en mí y cada día lo sigue haciendo, me saca de la oscuridad del pecado y me da la gracia de ver su rostro de Amor y misericordia, Aquel rostro que no se escandaliza de mí, mis pecados, de mi debilidad,  a Jesús le estremece esto mismo que muchas veces no me gusta de mi misma. El me ama, aunque sea tan frágil, y tengo la seguridad de que es Él quien me da la gracia de responderle como nuestra Santísima Madre la Virgen María, con ese tierno y amoroso: “Hágase en mi”. La voz de Cristo para mí, es irresistible, esa voz que me llama cada día a amarle, a entregarme El por la salvación de las almas. Cristo Jesús me demuestra su amor cada día cuando me perdona, cuando sana mi corazón herido por el pecado, cuando purifica mi ser, Él me demuestra así al Divino Espíritu, que es el Amor mismo, y así es como me hace sentirme Amada, cuando me libera de toda atadura y esclavitud; y cuando me da la gracia de libremente escógele a Él.

Antes de tener mi encuentro con Cristo, estaba constantemente buscando el amor donde nunca lo iba a encontrar, mi corazón y mi alma deseaba sentir con plenitud el amor, yo no quería un amor que fuera momentáneo, yo quería sentir un amor que me llenara por completo.

Lo busqué en las personas, en mi familia, en mis amigos, en las cosas materiales, quería desesperadamente llenar el vacío que había en mí, comprando cosas que me gustaban, me acuerdo que hubo un tiempo que coleccionaba Cd de música de artistas que me gustaban, pagaba lo que fuera por conseguirlos todos o también coleccionaba mangas, al menos cada semana me pasaba por la misma tienda para mirar si había uno nuevo y comprarlo cuando antes; o cuando iba con mis amigas a la Friki Plaza, ¡Oh! Aquello era, en ese entonces para mí, el mejor lugar del mundo, vendían posters, cosplays, videojuegos, accesorios, etc… todo lo que tuviera que ver con Anime, me acuerdo que estaba loca de contenta cuando iba allí, compraba todo lo que podía, en ese entonces yo era lo que se definiría como una Otaku, me encantaba todo lo que tuviera ver con anime, me vestía con trajes de anime que se les llama cosplays, cantaba canciones japonesas, pasaba horas y horas viendo anime en internet, pero ¿de verdad era feliz?¿Esto llenaba aquella sed que sentía mi corazón? Cada día quería más y más, y cada vez me sentía más vacía.

Me acuerdo de un día que después de ver mucho anime (caricaturas japonesas), ya por la noche cuando me acosté para dormir, sentí dentro de mi mucha tristeza, y yo me cuestionaba: ¿de qué me ha servido estar tantas horas viendo anime?  Si todos esos personajes que me gustaban y que yo misma decía que me “enamoraba” (entre comillas) en realidad no existen. No son personas que se puedan tocar o hablar con ellos. Sentía dentro de mí un vacío inmenso, porque no tenía amor de verdad, y el amor que me daba mi familia y amigos nunca iba a llenar ese vacío que solo Cristo Jesús podía llenar.

Yo con este problema en mi interior y Jesucristo poniéndoseme en frente y yo no lo veía con claridad aun, en ese entonces, iba a misa todos los domingos, ya había recibido los Sacramentos de Iniciación Cristiana, iba con mi abuela a la Adoración Nocturna, al grupo de Biblia, al de Liturgia y al de los Pequeños Hermanos de María, cuando iba a misa y a los grupos de la Parroquia, me sentía diferente, sentía una paz y una alegría dentro de mí  que olvidaba por completo aquella tristeza que embargaba mi corazón, especialmente cuando iba a la Adoración Eucarística, sentía que era el lugar en el que me sentía protegida, que podía expresar todo lo que sentía a Jesús, Él siempre ha sido mi confidente ,y sin darme cuenta Cristo me consolaba con su Santo Espíritu.

Pero cuando Cristo tocó mi corazón en profundidad cambió mi vida por completo, paso de ser mi amigo a mi enamorado, la mirada de Cristo penetró de tal manera mi corazón que, por primera vez en mi vida, me sentí profundamente amada y perdonada, nunca nadie había mirado mi ser entero como Cristo, con ese amor, ternura y misericordia que lo caracteriza.

Esto pasó en una Vigilia del grupo de la Adoración Nocturna, era una Vigila como cualquier otra, las mismas hermanas, la misma Capilla, los mismos rezos de siempre, debo decir que desde que empecé a formar parte de este grupo, me sentía cada vez más atraída a la Adoración al Santísimo, sin saberlo el Espíritu Santo me llevaba hacia Jesús e infundía en mí el deseo de asistir con más asiduidad. Esa noche en el momento de la oración personal, miré hacia la Sagrada Eucaristía y me impresionó lo que vi en ese momento, al principio era la forma consagrada como la de siempre, pero hubo un momento en el que podía ver el  Rostro de Cristo, su mirada penetró hasta lo más profundo de mi ser, me sentí tan pequeña, y yo pensaba dentro de mí que era imposible que yo estuviera delante de tan grandioso Dios, en ese momento venía a mi memoria todos mis pecados y todo el daño que yo había causado en mi vida, y me sentía tan pecadora, por primera vez era consiente de todo mi barro y de mi debilidad, sentía que no era digna de estar en la presencia de Cristo. De pronto, la voz de Cristo Jesús penetró mi interior y me decía: “Te amo, ven a mí, ven conmigo, sígueme”. Esa voz solo la escuchaba yo, esa voz era para mí, Dios me hablaba a mí. Y desde ese momento empecé a sentir dentro de mí una paz y una alegría que nunca había sentido antes, por primera vez experimenté la misericordia de Dios, sentía su amor, sentía su perdón en mi corazón. Comencé a sentir deseos de hacer su voluntad y de amarle solo a Él, ya no quería nada más que su presencia en mí.

En la actualidad, llevo 4 años en nuestra casa, en nuestro Monasterio del Espíritu Santo, y digo nuestro porque no estoy sola en él, tengo al mejor Esposo del mundo,  y por la gracia de Dios tengo como regalo del Señor a mi vida, mi comunidad religiosa que son mis 16 hermanas, todas juntas amando, sirviendo, orando, entregando nuestra vida al que un día tocó con la fuerza de su Espíritu nuestro corazón y nos llamó a seguirlo. Ellas me ayudan muchísimo en mi camino personal de amor y de entrega, porque cada una de mis hermanas testimonian con su vida la imagen de Cristo, una vida entregada, de caridad y de lo más importante de Amor.

¡Soy muy feliz! Al fin he encontrado al único que me da su Amor incondicionalmente y que llena el vacío que había en mi corazón, cada día el Señor me sigue enamorando, pone en mi corazón el deseo de hacer su voluntad y me demuestra que a pesar de mi barro, Él me ha elegido y me ama a pesar de todo, y que Él es quien me da la gracia de llevar una vida según su voluntad y su designio de amor; y de salvar las almas más necesitadas del Espíritu Santo con esas pequeñas oportunidades que me da el Señor de renunciar a mí y elegirlo a Él; de dejar mi egoísmo y elegir la voluntad de Dios.

Hna. L. Monserrat de la Santa Faz García Madrigal – Comendadora del Espíritu Santo