Este Monasterio no cuenta con documentación que permita conocer con exactitud su historia por haber sido quemado en dos ocasiones su archivo.

     Según estudiada documentación del historiador D. Hipólito Sancho de Sopranos, en su obra “ La Orden del Espíritu Santo en el Arzobispado Hispalense” (1500 – 1600) la Orden del Beato Guido de Montepellier se estableció en el Puerto de Santa María en el hospital de San Telmo, bajo la doble advocación del Espíritu Santo, en el año 1474, y que la casa presentaba en sus orígenes las notas características de los hospitales de la citada Orden, pues en él coexistían:

  1.  a) Los clérigos comendadores que regían el hospital, rápidamente priorato.
  2.  b) Las religiosas que asistían en el hospital y recogían a los niños expósitos.
  3.  c) La cofradía que ayudaba con sus limosnas a los gastos del hospital.

     

Fue hospital de sangre y tenía una dedicación especial a los hombres del mar, se les acogía y cuidaba, y si morían se les daba sepultura en el mismo hospital. También recibían enterramiento los miembros de la Cofradía.

     En este hospital como en todas las casas de la Orden , el Priorato se proveía por encomienda del Preceptor General de Roma o por un Vicario del mismo.

     La casa vivió años muy florecientes y de ella salieron religiosas para fundar en Rota en el año 1540 y en Jerez de la Frontera en 1553, con la misma finalidad hospitalaria y niños expósitos.

     El hospital dependía del Preceptor de Roma y las dificultades llegaron a ser tales que los clérigos dejaron el hospital a finales del siglo XVI.

     Las religiosas continuaron en él y la casa fue adquiriendo características de Monasterio continuando dependiente de Roma y dedicada a la educación de pupilas.

     A comienzos del siglo XVII, la comunidad acoge las normas de CLAUSURA del Concilio Tridentino y poco después el Monasterio pasa a la jurisdicción del Arzobispado de Sevilla.

     La casa de Rota no pudo superar las vicisitudes de los tiempos y se cerró hacia 1606.

     Las religiosas en su mayoría volvieron a nuestro Monasterio de Puerto de Santa María, su casa madre.

      En 1702, las tropas anglo-holandesas saquearon el Monasterio, quemaron su archivo y lo dejaron todo en tremenda ruina. Las monjas se vieron obligadas a huir y se refugiaron en el Monasterio de San Clemente en Sevilla durante 13 meses.

     Cuando pudieron volver al Monasterio lo encontraron todo saqueado: la Iglesia había servido de cuadra de caballos, las imágenes habían sido profanadas y destrozadas.

     En 1707, la comunidad restaura la imagen de la Virgen de Belén a la que habían acuchillado la cara y rotas las manos; su amor a María las movió a dedicar a ello sus primeros esfuerzos de restauración y a través del siglo XVIII reedificaron la Iglesia y las dependencias más necesarias del Monasterio, siendo ayudadas por bienhechores que generosamente las socorrían.

     

Una nueva prueba puso de relieve el espíritu que animaba a la comunidad.  Los franceses invadieron la ciudad de Puerto de Santa María.

     El Monasterio se vio sometido a gran tribulación y las monjas pasaron toda suerte de necesidades, algunas murieron pero gracias al valor de un grupo intrépido lograron salvar el convento aunque las pérdidas fueron irrecuperables.

     En 1812, se retiraron las tropas francesas y poco apoco se fue normalizando la vida de la comunidad.

     Pero los tiempos eran contrarios y en 1835 el mismo gobierno español las privó de sus rentas.

     En medio de tantas tribulaciones, la comunidad crece espiritualmente intensificando la vida de observancia, abraza una perfecta vida común el 24 de diciembre de 1836.

     El 22 de marzo de 1922 se cerró la casa de Jerez y las cuatro monjas que quedaban retornaron al Monasterio del Puerto, en el que continuaron su vida ejemplar.

     Entre los Monasterios de la Orden no existía casi comunicación; no obstante, cuando en 1944 la comunidad del Puerto vio que el número reducido de miembros les dificultaba el mantenimiento del coro y observancia monástica, acudió al de Sevilla y dos de sus monjas, las madres Inés Salinas y Margarita Pozo de la Cueva, pasaron al Puerto por amor a la Orden y a sus hermanas.

     A partir de 1950, las relaciones entre los Monasterios de la Orden se incrementan, de los Monasterios de Puente la Reina y Sangüesa vienen monjas al de Puerto de Santa María y la fraternidad se expresa en mutua y gozosa ayuda.

     Los vínculos que nos unían se fortalecieron con la Federación en 1958 y la unificación de las Constituciones dio a todo los Monasterios una forma unánime de vivir y expresar nuestra vocación.

     Trasladadas a este Monasterio varias monjas del monasterio de Sevilla, deseando la comunidad acogerse a las normas conciliares, y viendo la necesidad por la que pasaba el Puerto, acuerdan tomar alguna obra de apostolado exterior dentro de su vida contemplativa y a tenor de la Orden y de la casa.

     La entonces abadesa, Madre María Gloria del Amor de Dios, alma de oración y espíritu valeroso emprende y lleva a cabo estas iniciativas, en 1965, comienzan algunas Hermanas a prepararse para la labor docente, abren una academia de corte y confección, bordado a máquina y a mano, mecanografía, etc.

     En 1967, se adapta a Colegio una parte del Monasterio que queda totalmente separada del mismo y, en 1969, queda establecido legalmente por el Ministerio de Educación y Ciencia.

      Hasta el día de hoy en este Colegio adjunto al Monasterio, laicos comprometidos junto con alguna Hermana imparten la educación Preescolar, Enseñanza de la E.P.O. y E.S.O.

     El Monasterio, que cuenta con cinco siglos de existencia, estaba en el año 1970 todo prácticamente ruinoso.

     La citada M. Amor de Dios, sin medios económicos pero con una fe inquebrantable en la Divina Providencia se compromete con una empresa constructora a pagar todo lo necesario poco a poco y se emprendieron las obras.

     El Monasterio fue lentamente reconstruido y aunque no se ha podido conservar la estructura antigua, hoy es un hermoso y alegre recinto de vida claustral donde se aúnan equilibradamente la oración, el trabajo (formas, repostería y bordado), la convivencia fraterna y la formación.

     Es una gracia de Dios que alguna Hermana dedique algunos espacios de la mañana, para transmitir desde nuestro Templo la fe a los niños y jóvenes del Colegio.

     Siendo nuestro Padre Fundador el Bto. Guido de Montpellier, un gran hombre dedicado a todas las obras de Misericordia, y viendo en los más necesitados el rostro de Cristo crucificado y doliente; nosotras como hijas de Nuestro Padre, desde nuestro torno, damos alimento corporal y en muchas ocasiones espiritual a todas aquellas personas que llaman con necesidad a nuestra puerta.

     Viendo que la historia se repite y los marginados de la sociedad siguen siendo los mismos que cuando nuestro Padre vio la gran necesidad de fundar nuestra Sagrada Orden, nosotras seguimos sus pasos sin perder en ningún momento de vista nuestra Consagración a la vida Litúrgica y Contemplativa, viviendo así la dualidad del carisma ALABANZA y MISERICORDIA.