OCHO SIGLOS DE HISTORIA DE LA ORDEN DEL ESPÍRITU SANTO

La Orden del Espíritu Santo es una obra de Amor y para el Amor.

A la luz del capítulo 25 de San Mateo, el Beato Guido de Montpellier, inspirado por el Espíritu Santo, concibió una institución que cubriría todas las necesidades de los hombres en el ejercicio de las Obras de Misericordia. 

Esta Orden, nacida en Montpellier (Francia) hacia 1174, fue aprobada por el Papa Inocencio III mediante la Bula “HIS PRICIPUE” del 22 de abril de 1198 y confirmada solemnemente por el mismo Pontífice en la Bula “RELIGIOSAM VITA” del 25 de noviembre del mismo año. El primer Hospital fundado por el Beato Guido fue, en su ciudad natal cuyos señores eran sus padres. Su ubicación ocupaba el barrio de Pyla San Gely y se extendía entre la calle que llega hasta la fuente del mismo nombre, camino de Nimes, y el río Verdasón. Este Hospital quedó destruido en 1562 por los calvinistas. El fundador le dio Regla propia.

La Orden del Espíritu Santo fue única en su género: pues si bien la caridad cristiana ha estado presente en todo tiempo, en aquel no había centros donde se atendieran todas las necesidades. Y esta fue la gran aportación de la nueva Orden. En ella se remediaban todas las miserias humanas.                   

Los obras benéficas en aquel tiempo, se circunscribían a solo un tipo de necesidad. Así había asilos solamente para transeúntes, pobres, enfermos, peregrinos etc. No así las Casas del Espíritu Santo. La inspiración del fundador quería socorrerlas todas. El hecho de haber pasado a la historia con la denominación de Orden hospitalaria del Espíritu Santo minimiza, un tanto, su actividad. Ella fue creada para el ejercicio del Amor en todas sus facetas y no dejó sin socorrer necesidad alguna de los hombres de su época. Existieron Casas dedicadas a hospitales a recoger mendigos, peregrinos, prostitutas arrepentidas de sus pecados, casas-cunas, etc. Cabe subrayar que se le debe a la Orden del Espíritu Santo el honor de haber recogido en sus mansiones los primeros expósitos de la historia.

Junto a esta rica actividad a favor de los prójimos, el Beato Guido no podía olvidar las necesidades espirituales de los mismos ejercitando eficazmente una de las Obras de Misericordia: “ROGAR A DIOS POR VIVOS Y MUERTOS“. Entre sus Casas hubo algunas dedicadas exclusivamente a la oración: Monasterios que vivían en la alabanza continua al Señor y la plegaria por los hombres. El carisma otorgado por el Espíritu Santo, “ALABANZA Y MISERICORDIA“, se vivía con santidad.

Llamó la atención la gran labor realizada por Guido y sus hijos, en esta época asolada por una horrible hambre, inundaciones y otros azotes. De ciudades colindantes con Montpellier se apresuraron a reclamar la presencia de estos nuevos religiosos, y fundaron en las poblaciones de Nilhau, Largentiere, Barjac, Méze, Clapier Brioude, etc. Las ciudades de Marsella y Troyes tuvieron, también la experiencia de colonias de religiosos salidos del hospital de Montpellier.

Muy pronto el fundador se encaminó a Roma donde también requerían la Orden, y gestionó para ella la Aprobación pontificia y las bendiciones del Vicario de Cristo. No fue fácil en principio dada las restricciones de la Santa Sede en aquella época para evitar abusos. Recuérdese lo que costó a Santo Domingo y a San Francisco de Asís la aprobación de sus Órdenes. En la ciudad eterna fundó dos nuevos hospitales, uno en Santa Águeda y el otro en la parte opuesta del Tíber, en Santa María.     

El gran Pontífice Inocencio III crea en Roma, en el año 1204 el Hospital de Santa María in Saxia y apreciando la labor y espiritualidad de la Orden fundada por Guido, le encomienda su dirección. Desde entonces se denominaría HOSPITAL DE SANCTI SPÍRITUS IN SAXIA. Más tarde, este Papa designaría este Hospital como “Cabeza” o Casa Madre de la Orden, anteponiéndolo al de Montpellier que había sido su “cuna”.

La aceptación de los hospitales del Espíritu Santo, aún antes de aprobación por el Romano Pontífice, fue enorme.  Se extendieron por todo el mundo conocido y después del descubrimiento de América fue escogida la Orden para enseñar el mandamiento del Amor en el Nuevo mundo.

 El esplendor de la Orden desde el siglo XII hasta el XV fue enorme. Los sucesivos Papas a Inocencio III la colmaron de favores y privilegios en reconocimiento a la labor que realizaba.

 La decadencia de la Orden se inicia en el siglo XV. Las postulaciones, base de su economía fueron prohibidas en algunos lugares. Las guerras civiles expoliaron los bienes-raíces que poseían los hospitales y trajeron hambres, epidemias. Muchas casas fueron sometidas al pago de diezmos y de impuestos a los parlamentos que andaban mal de dineros. Muchos magistrados se inmiscuyeron en los asuntos de la Orden y algunos prelados intrigaron para conseguir el cargo de Gran Maestre -que entonces se otorgaba a algún miembro de la Curia romana- como escalón para lograr las más altas dignidades. Esto, unido a cierta rivalidad entre las Casas de Roma y Montpellier por la primacía de la primera sobre la segunda, fueron el principio de su decadencia.

Las revueltas del siglo XVI, las guerras y las invasiones despojaron a la Orden de muchos de sus hospitales. La primera Casa en recibir el embate fue la de Roma en 1527. El condestable de Borbón, traidor a su patria, la asaltó al frente de cuarenta mil soldados. Durante nueve meses la Ciudad Eterna quedó sin defensa en manos de una chusma de desalmados. Los Hugonotes, en Francia, iniciaron sus hazañas en Nimes -1562- saquearon la catedral, así como otras iglesias y conventos. En este mismo año asediaron Montpellier y la tomaron. El Hospital del Espíritu Santo que se hallaba extramuros fue su primera víctima. Saquearon sus riquezas, derribaron la iglesia y entregaron los archivos a las llamas. Por donde quiera que pasaban los Hugonotes, se repetían semejantes horrores. Tal ocurrió en Lyón, Orleáns, Poitiers, etc. Solo España se vio libre de este azote y en el siglo XVI se vieron nuevas fundaciones de esta ínclita Orden en Sevilla, Valladolid y otras realizadas en el Nuevo Mundo recién descubierto: Cuzco, México, Santo Domingo y Cartagena de los Reyes. Más tarde otras fundaciones verían la luz en la India, Santo Tomé y Goa.

Tras las guerras de religión los hospitales no se recuperaron, principalmente en el Sur y las intrigas de unos por apropiarse de los bienes, aún existentes, y transformar la Orden del Espíritu Santo en una Orden Militar -en tiempos de Enrique III, año de 1578- aprovechándose así del prestigio que esta tenía, dieron el trato con la misma. En Alemania, Países escandinavos, Suecia y Noruega desaparecieron casi todos los Hospitales.

Este cúmulo de circunstancias influyó grandemente en las Casas de la Orden hasta que en el siglo XIX el Papa Pío IX extinguió la rama masculina de la misma.

Pero la Orden no pereció. Algunas Casas de Francia -Poligny, Neufchateau, Besançón, etc.- y otras en distintos países -todas ellas de la rama femenina- prosiguieron sus obras de caridad, con Casas filiales y alguna de ellas se mantiene hasta nuestros días en su misión y la vivencia del Carisma.

En la católica nación de Polonia la Orden del Espíritu Santo arraigó con fuerza y continúa en el ejercicio de las obras de misericordia tanto la rama femenina como recientemente, gracias a Dios, también la masculina.

La Misericordia del Señor les ha permitido fundar varias Casas más, no solo en Polonia, sino también en Roma y en Burundi (África), donde hace unos años las hermanas han abierto un puesto de misión.

Floreció la santidad entre estos humildes religiosos y religiosas cuya vida se ofrecía al Señor en la oración y el ejercicio de la caridad. Podemos citar particularmente a San Fazzio, cuya fiesta celebra la Orden el 18 de enero, al Beato Antonio de Hungría (13 de mayo), a la venerable Hermana Ángela Romana, etc. Son muchas las almas que, viviendo el carisma de la Orden del Espíritu Santo, se santificaron. En las guerras de Religión algunos murieron mártires.