A principios del siglo XVII, vivía en Polonia, CONCRETAMENTE Cracovia, en el convento del Espíritu Santo, una humilde y santa religiosa, la Hermana Ninfa Casimira de Suchonscki que mediante sus virtudes llegó a ser una de las glorias de nuestra Orden.                                                             Dios colmó a esta niña predestinada con grandes cualidades naturales, pero ante todo, adornó su alma con las virtudes más eximias y la favoreció con dones extraordinarios.

     Desde su niñez tuvo ya Ninfa un amor tierno y filial a la Reina del Cielo. Después de su Primea Comunión, ella conversaba familiarmente con su Madre del Cielo, decía: “A ella le confió todo, mi vocación y los medios para lograrlo”.

     Ninfa, menospreciando un brillante porvenir, entró a los 16 años en el humilde y pobre convento del Espíritu Santo, al cuidado de los enfermos. Primero como postulante  y luego como novicia, se distinguió por su obediencia, su recogimiento, su espíritu de sacrificio y mucho más por la paciencia, la mansedumbre, el perdón de las ofensas y el amor al prójimo que practicó de una manera heroica. A tal grado de amor de Dios llegó que la denominaron: ”LA HEROÍNA DE AMOR…”.

     Fue nombrada submaestra de novicias y más tarde maestra, le inculcaba a sus hijas todas las virtudes según el espíritu de nuestro venerable Fundador.

     Logró que volviera a florecer en su convento la exacta observancia de las Reglas y Constituciones. La Hermana Ninfa se hizo un auténtico apóstol en su convento cuyo fervor no tardó en volver a florecer fuera de él.

     Se le apareció Nuestro Señor llevando una pesada cruz y le rogó le aliviara yendo junto con sus compañeras a llevar socorro a los apestados que estaban postrados en gran número en las llanuras de Cracovia; por aquel entonces una terrible peste hacía estragos, causando innumerables víctimas en Polonia.                                                                   Durante un año entero, la Hermana Ninfa se entregó en aliviarles, junto con sus compañeras.                                                                                                           Una noche en que agotada por sus largos trabajos, yacía en el suelo sola, a punto de sucumbir fue cuando tras su oración, un ángel rodeado de varios santos, le trajo la Sagrada comunión recobrando al punto salud y vida; luego, Dios le otorgó el poder de convertir el agua del río en vino de devolvió la salud a gran número de enfermos. Una vez pasada la plaga volvió Sor Ninfa a su convento y lo encontró casi desierto, pues muchas de sus Hermanas habían pagado tributo a la calamidad, víctimas de su abnegación, pero debido a sus fervorosas y confiadas oraciones acudieron numerosas postulantes.

     En muy pocas semanas treinta cuatro jóvenes de la gran nobleza y de la burguesía de Cracovia solicitaban entrar.

     “Hacerse Santa”, fue el lema de su vida. Pasaba a menudo noches enteras en oración. Tenía una gran devoción al Espíritu Santo y la propagó por toda Polonia, llegando así a merecer el hermoso apelativo de “VERDADERA HIJA DE LA ORDEN DEL ESPÍRITU SANTO”; que le dio el delegado del Prefecto General de Roma.

     Nuestro Señor se le apareció varias veces a su humilde sierva, le aseguro que sus oraciones  serían siempre escuchadas por que hacía constantemente la Voluntad Divina, favoreciéndole con el don de Milagros y el de profecía.                                                                        ¡Cuántos enfermos recobraron la salud, gracias a las oraciones de Sor Ninfa!                                                             Dos de sus santos polacos preferidos eran San Andrés y San Benito, los cuales se le aparecieron anunciándole la destrucción de Polonia y de los conventos del Espíritu Santo. Desconsolada, rogó Sor Ninfa al divino Maestro que librara a su país y a su Orden.

      Presentose Jesús a ella con una balanza en la mano, haciéndole ver los pecados de su patria… A ruegos de nuestra santa, el Salvador se dejó conmover y le prometió que gracias a sus oraciones y penitencias y en consideración a los santos de Polonia, su patria resucitaría en el siglo XX, primero en parte y totalmente poco tiempo después si se mantenía fiel a Dios y a la Iglesia, porque añadió el Salvador: “DESEO CONSERVAR A POLONIA Y A TU ORDEN PARA ENTREGÁRSELAS A MI MADRE”.

     Luego, Nuestro Señor le predijo su cercana muerte, precedida por grandes pruebas para la salvación de su País y de su Orden.

     La santa sacaba de su devoción a María la fuerza para trabajar con ardor, a pesar de su mala salud, pues ella impulsaba en sumo grado su espíritu de penitencia.

     A partir del adviento de 1708, no comía más que una vez al día, y hacia el fin de su vida sólo vivía de la Sagrada Comunión, a pesar de trabajar igual que sus Hermanas.

     Su sencillez y su confianza en Dios coronaban su vida; era como un niño pequeño ante su amante Padre; se ocupaba únicamente de cumplir su Santa Voluntad, por eso la amaba Dios con un amor especial, y así, en Navidad de 1708, depositó en brazos de Ninfa a su divino Hijo Jesús.

     A pesar de ser muy joven (tan sólo tenía 21 años), Sor Ninfa parecía de edad provecta tan agotada estaba por sus trabajos y penitencias.

     Un mes antes de su muerte ya anunció a sus novicias que el seis de agosto las abandonaría para pasar a un mundo mejor.

     La Víspera de su muerte se despidió de su Hermanas y obtuvo permiso para poder pasar la noche en oración ante el tabernáculo. Viósele como arrobada en éxtasis ante el Divino Prisionero de Amor, suspirando por la verdadera Patria. Por la mañana recibió la Sagrada Comunión y oyó varias misas; luego, hacía las diez y media, estando continuamente en adoración, inclinose y expiró dulcemente. ¡ SU CORAZÓN HABÍA ESTALLADO BAJO UN INFLUJO DE AMOR!…; era el 6 de agosto de 1709. La heroína del amor había entregado su hermosa alma a Dios. Esta angelical Hija se convertía en una auténtica joya para la Orden.

     Su fama de santidad, sus milagros y sus profecías atrajeron muchedumbre en torno a sus despojos mortales.

     Su director, el P. Boleslao Guido vino también a rezar. Reunió los documentos relativos a los milagros atribuidos a la sierva de Dios y declaró que únicamente su profunda humildad le había merecido tantos favores del Cielo.

     Su vida fue publicada y su causa de Beatificación fue introducida en Roma, pero las guerras de Religión, el reparto de Polonia, la destrucción de los Conventos del Espíritu Santo detuvieron la obra comenzada.

     Hasta la misma Orden del Espíritu Santo cayó en olvido que sólo cesó en 1931, después de la aparición de la vida del Padre Boleslao.

     La Beata Ninfa había prometido bajar hasta hacerse perceptible a sus Hermanas…, ha cumplido su palabra. Numerosos son los milagros que ha obrado y las gracias conseguidas por su intercesión y la del P. Boleslao. Citaremos únicamente la repentina curación de Sor Eduwigis Pietras, de la Orden del Espíritu Santo. Llevaba enferma desde hacía diez años y había sido desahuciada por los médicos. Apareciéndosele Ninfa en 1930. Ella le reprochó el no haberlos invocado antes. “Podemos ayudaros, dijo”. Sor Eduwigis tras haber invocado a los beatos levantose curada; no quedaba rastro de su mal.

     La curación fue comprobada por los médicos y por la autoridad eclesiástica. Una vez más se le aparecieron Ninfa a la agradecida por el milagro, pidiéndole que diera a conocer su vida y a propagar su culto.

     Por eso para corresponder con su deseo hemos tratado de resumir su vida.

     Pasada la gran tormenta del siglo XVIII, aún conoció Polonia horas muy sombrías. Y he aquí que llega la Gran Guerra de 1914-18, tras la cual hemos asistido a la reconstrucción de Polonia y de los conventos del Espíritu Santo, tanto en la rama femenina como últimamente en la masculina.

     ¡Dígnese nuestra Beata Ninfa apresurar con sus súplicas, la definitiva restauración de su Patria y esta Sagrada Orden!

     ¡Santos y Santas de la Orden que os elevasteis tan alto y tan rápidamente en la santidad, por la práctica de las virtudes religiosas, especialmente de la de la Cridad, obtenednos caminar sobre vuestras huellas y tender únicamente como vosotros, a una única meta:

 “LA DE LA GLORIA DE DIOS”.

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