VIDA DEL BIENAVENTURADO GUIDO DE MONTPELLIER

FUNDADOR DE LA ORDEN DEL ESPÍRITU SANTO.

 ¡La gracia del Espirítu Santo nos asista siempre!

    Guido nació en la Villa de Montpellier, Francia, hacia el año 1153, perteneció a la señorial familia de los Guillems, quienes desde hacía dos siglos estaban en posesión de la ciudad. Sus padres fueron Guillermo VI y Sybillia que tuvieron seis hijos y tres hijas, ocupando nuestro héroe el quinto lugar del total de hijos. Esta ilustre familia funda en la población, el hospital San Guillem.              Guido desde niño tenía una tierna devoción hacia la Santísima Virgen María, Templo y Sagrario del Espíritu Santo.                                                                                                                                                                                                       Guido obedeciendo a su padre  inició su educación con los Templarios, pero él tenía un irresistible impulso en su corazón muy distinto al gusto de su padre, y deseó  fundar una milicia que no buscara la gloria humana ni usara armas militares, sino que más bien buscara la gloria de Dios y usara armas espirituales.

Al morir sus padres, Guido fue heredero de grandes riquezas, pero el no se dejó llevar por la ambición del poder, de las riquezas, ni de placeres, al contrario, abandonó la nobleza, desechó las oportunidades mundanas y despreció la vida cómoda, haciéndose el servidor de los pobres, de los enfermos, de los niños abandonados y de todo aquel que necesitara alivio en sus miserias humanas bajo cualquier forma, para así servir al verdadero Señor Jesucristo.                                                                                                                                                                            Si él manifiesta pronto una fe viva y ardiente, su caridad es más ardiente todavía. El amaba de tal manera a los pobres que los honraba como a sus señores, les respetaba como a maestros, los quería como hermanos, los cuidaba como a niños y los veneraba como a imágenes vivientes de Nuestro Señor Jesucristo, ¡Trataba a todo necesitado como si en ellos viera la Santa Faz de Jesús!

Este Héroe de la caridad  fue un gran contemplativo entregado a las inspiraciones del Espíritu Santo, y su espíritu y corazón se llenaban cada vez más de dones sobrenaturales de sabiduría y de un profundo espíritu de adoración.  Su ejemplo no tardó en atraerle seguidores que deseaban consagrarse a la perfecta caridad, al Padre de los pobres que es “El Espíritu Santo”. 

Es admirable la sabiduría que poseía Nuestro padre, pues funda a finales del siglo XII su Orden en honor a la Santísima Trinidad y la consagra al Amor increado, al “ESPÍRITU SANTO”  tan desconocido para su medieval época pero que desde el día de Pentecostés se manifiesta con sus Divinos dones a toda la humanidad, por eso nuestra época es llamada “la época del Espíritu Santo”.                                                                                                                      Son profundas las vivencias de filiación divina, y de identificación con Cristo que poseía Guido, el Amor trinitario invade su alma y experimenta la necesidad de VIVIR DEL AMOR PARA EL AMOR.

 Dos son los rasgos más característicos en el Bienaventurado Guido, su espíritu contemplativo y su incondicional entrega al servicio de amor a los hombres mediante el ejercicio de la Caridad.  La intuición profunda del Beato Guido comprendió, que sus buenos deseos y asistencia no estaría completa si no daba a sus desvalidos unas madres para aliviarles y otorgarles sus sonrisas. Fue entonces cuando llamó, para que le ayudaran, a unas “vírgenes cristianas”, las cuales, de modo idéntico a los Hermanos, se dedicaran a una vida abnegada de imitación a Cristo en su pobreza, obediencia y castidad, en la perfección del amor. Dándoles como fundadora y Señora, a la Santísima Virgen María, Esposa del Espíritu Santo.                                                                                                                                                                                                                            Dotó a su Orden de una Regla propia, que conteniendo todas las prescripciones de la Regla de San Agustín la enriqueció por otras muchas observancias: las cuales la distinguen de cualquier otra Orden. Como fundamento de la Regla y texto, el Fundador la encabezó con el pasaje de San Mateo (Cfr. cap. 25 v. 31) en el que Jesús habla del Juicio universal… “Venid benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me diste de beber; era forastero y me acogisteis…”.

 Es sorprendente cómo  el humilde Guido, que vivía la pobreza de corazón buscaba también ser pobre material y aludiendo al hábito él escribió: “Los hermanos no busquen más de lo debido, sino pan y agua, el vestido de los mismos sea humilde, porque los señores de quienes nos confesamos siervos son los pobres, (y ellos) andan desnudos y desposeídos, y nota mal que el siervo sea soberbio y el señor humilde”.

El Carisma que legó a sus hijos e hijas “ALABANZA Y MISERICORDIA” aunaba y daba a conocer el intenso amor y reverencia que tenía a Dios y a los hombres. En su relación con Dios transmitió que sus seguidores fuesen verdaderos “adoradores del Espíritu”, renaciendo progresivamente del Espíritu y dejándose guiar por él hasta la verdad plena.

Guido recibió del cielo la consigna siguiente:El culto fiel de la Augusta Trinidad sea tu principal ocupación entre tus ocupaciones”, y él respondió a esta con  fidelidad, dando prioridad a  la adoración ferviente de la Santísima Trinidad y amando a Dios sobre cualquier persona y sobre todas las cosas, y en cada una de ellas.                                                                                                                                                                                                                                                              El lugar preeminente dado a la vida de oración, en la Orden del Espíritu Santo, fue la causa de que en los países escandinavos se conocieran a estos religiosos con la bella denominación, entre otras, de los orantes del Espíritu Santo y que tras el Concilio de Trento se intensificaran los Monasterios dados exclusivamente a la oración y al apartamento del mundo.

     Guido, el humilde hermano consagrado, pone en su regla numerosos detalles para resaltar la dignidad de la Celebración Eucarística, el rezo de la liturgia, el silencio, el sacrificio, la penitencia, la obediencia y la oración, que rápidamente se empezó a vivir en todas sus casas a diario. Y es en su “Liber Regulae” donde refleja, la ternura de su espíritu y las virtudes de su corazón que se ganaron la confianza del Papa.

 Inocencio III une los Hospitales de Montpellier y Roma y los pone bajo la dirección del Beato Guido, con Bula de 19 de junio de 1204.     En especial favor que concedió Inocencio III al Fundador, fue la institución de una solemne procesión que partiendo del Vaticano hacía Estación en el Hospital Sancti Spíritus, en la que se portaba la Santa Faz. Esta Bula esta fechada el 3 de enero de 1208. Admirado el sumo Pontífice de la obra que El Señor hacia en esta Orden decía que en ella encontraba cubiertas todas las obras de Misericordia.

Guido daba culto a la Santísima Trinidad de dos formas: Internamente y externamente. Internamente, porque desde su interior tenía una actitud de docilidad al Espíritu y adoración a la Santísima Trinidad.  Externamente, porque esto se expresa en  dedicación a la Alabanza Divina y frente al hombre es entrega para revelarle la ternura de Dios en el ejercicio de la misericordia.

Guido tuvo una gran sabiduría para llevar cuidadosamente esta doble misión de contemplación y misericordia, sin aparecer como el protagonista, pues todo éxito se lo atribuía al Espíritu Santo. Y siendo él, el Primer fundador de una Orden que abrazara todas las obras de misericordia, él, que fue uno de los comisarios papales contra la herejía de su tiempo, él, que fue el primero en su época de dar una existencia oficial a la vida religiosa femenina, él, que teniendo una gran santidad para ser admirado y que con el mismo respeto con que se dirigía al Papa y a los poderosos, se dirigía a los más pobres y enfermos, sin importarle contagio alguno; siendo él, el genial fundador de la Orden Benemérita, murió en el anonimato que siempre buscó, pues el mismo ordenó en su regla que  aunque sea maestro, tuviese su lecho en el dormitorio común con los otros  hermanos. Guido entregó el Espíritu al Señor, para contemplar el hermoso rostro de Cristo que tanto esperó contemplar toda su vida, y así, el humilde fraile fundador fue sepultado en el cementerio común y conmemorado con la más simple, humilde y a la vez gloriosa manera:

 

 ¡Bienaventurado Padre Guido porque supiste vivir como pobre de espíritu!                           ¡Bienaventurado Padre Guido que supiste sufrir con los que sufren!,                                                                         ¡Bienaventurado Padre Guido porque hiciste de los dolores de la Iglesia tus dolores!

¡Bienaventurado Padre Guido que tuviste hambre y sed del Reino de Dios!                                                                                                                      ¡Bienaventurado Padre Guido que siempre buscaste la Paz y la concordia!,                                                                                                           ¡Bienaventurado Padre Guido que buscaste trasmitir la pureza de corazón!                                                                                                                 ¡Bienaventurado Padre Guido que fuiste misericordioso y trasmitiste el ejercicio de la misericordia a todos tus hijos e hijas!      ¡Bienaventurados tus hijos que se encuentren entre las Bienaventuranzas del Señor, porque ninguna de sus fatigas quedaran sin recompensa eterna pues escucharan de los dulces labios del Señor aquellas palabras evangélicas que tanto ilusionaron tu corazón  Padre Guido:

“Venid benditos de mi padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.